domingo, 26 de abril de 2015

El origen.

Siempre me gustaron los desafíos y los problemas. No solamente generarlos (mi madre podría dar cátedra de eso), sino resolverlos. Ella fue la que, tal vez sin querer, me dió la posibilidad de descubrirme en un mundo que podía transformar a mi antojo. 
Me acuerdo que a los 4 o 5 años, me regaló un juego de piezas de plástico ENORMES para una nena, que venía con tornillos y tuercas azules, ruedas de 15cm de diámetro de color rosa, tubos azules roscados y placas amarillas llenas de agujeros. Era una locura, una infinita locura. Podía hacerme mesas y sillas Y USARLAS, cochecitos, andadores, autos al estilo picapiedra, patinetas, todo de tamaño real. 

















Cuando la imaginación llegaba al límite, siempre había algún rompecabezas en proceso para entretenerme y realmente me los tomaba muy en serio (destaquemos que era hija única, así que jugaba sola o no jugaba).
Resulta que entre tornillos de plástico, legos, playmobil y casas de cartón para muñecas, llegué a los 8 años y con ellos apareció el físico loco novio de mi tía. Él fue el que un día me sentó en su computadora y me mostró un juego que habré explorado fácil, hasta los 11 años: The Incredible Machine. 














FIESTA, horas y horas de vicio hasta las 2 de la mañana. Entre vicio y nesquik seguí alimentando mi pasión por la lógica, las matemáticas y los mecanismos: la meta era entender cómo funcionaban las cosas. Cada vez que algún aparato dejaba de funcionar, me tomaba el atrevimiento de desarmarlo para ver qué había dentro e intenar arreglarlo (Macgyver, un poroto). El primero fue el Family, siguieron licuadoras, procesadoras, controles remoto, exprimidoras, cerraduras, enchufes, auriculares, un discman y algún que otro artefacto sano que por curiosidad falleció.
Pero fue a los 12 años cuando la cosa se puso seria. Me anoté en una materia optativa del colegio que se llamaba "Ciencia" y encaramos 2 proyectos buenísimos: un auto y una cocina, ambos con energía solar. Por supuesto que el auto era chiquitísimo a comparación de uno real, pero funcionó. Y la cocina también. 
Secundario perito mercantil, la adolescencia y trabajar en un estudio de abogados parecían haberme alejado un poco de todo esto. Me egresé del Pellegrini y me fui a Ingeniería. No aguanté, necesitaba ensuciarme un poco más las manos. Al tiempo, charlando con un amigo que ya estudiaba Industrial, me presentó la carrera y me la jugué. 
Empecé el CBC y rendí las primeras materias de la carrera, cursé la mitad del primer año y por trabajo me fui a Administración de Empresas... ¡¡¡Administración de Empresas!!! Ok, flashié fuerte. Lo bueno fue que para aguantar la manija, mientras cursaba el mayor aburrimiento del siglo, empecé un proyecto de iluminación con una colega y por otro lado me puse a hacer ventanales y lámparas de vitraux. Aprendí mucho, me equivoqué mucho, y aprendí más.

















En cuanto a la carrera obligada, por supuesto, no aguanté. Así que acá estoy, jugándomela otra vez por lo que me apasiona: el desafío de resolver problemas. Aún definiendo mi estilo pero sabiendo a dónde quiero ir (los años ayudaron bastante) y muy entusiasmada. 

Bienvenidos a mi mundo, esto recién empieza. 


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